Seguramente para los ingenieros, físicos y matemáticos el título del presente artículo es bastante odioso, pero no pretendo irme en contra de las matemáticas, de hecho estoy haciendo evidente una de mis grandes dificultades de aprendizaje: lo números y su lógica.
Y más allá de las diferentes disciplinas del saber hoy quiero hablar de la importancia de entender la educación como un proceso bidireccional, dinámico y específico para cada individuo.
Para nadie es un secreto que el método unidireccional donde el profesor explica y el alumno anota no es eficaz, y lo podemos evidenciar con algunas preguntas: ¿Cuánto recuerdo de todo lo que me enseñaron en el colegio?, ¿Realmente me enseñaron algo?, ¿Me capacitaron para algo?, ¿A cuántos profesores recuerdo?, ¿A cuántos los recuerdo como maestros?
Evidentemente la mayoría de las veces los inconvenientes surgen del sistema y no del profesor. Un sistema que pretende enseñar simplemente y no capacitar, es un sistema que no inspira a la creatividad, el crecimiento y el emprendimiento; enseñar implica ofrecerte datos para que almacenes, capacitar implica generar diversas competencias para que esos datos sean aplicados en la vida personal y profesional.
Al interior de las empresas es sumamente importante generar espacios que permitan a los trabajadores crecer intelectualmente, generar nuevas y mejores competencias, no sólo para promover un buen clima laboral sino para propender por el desarrollo comunitario de su entorno.
El “Cono de la experiencia de Edgar Dale” (pedagogo estadounidense) evidencia las formas más eficientes en que los humanos aprendemos, la parte más delgada muestra lo MENOS eficiente y la base más gruesa lo MAS eficiente; quizás la conclusión más importante y en la que se justifican los talleres vivenciales al interior de las empresas es que: APRENDEMOS HACIENDO.
¿Has notado que ocasionalmente los compañeros más “inteligentes” en el colegio no tienen tanto éxito en su vida profesional como aquellos que se destacaban por ser inquietos y hasta indisciplinados? Pues bien, no es una regla indiscutible, pero más allá de la buena memoria lo que realmente importa es ser eficientes con la información recibida y eso depende de la capacidad de involucrarnos con lo que estamos aprendiendo. En ese orden de ideas, aquellos “dispersos” en clase simplemente respondían a su rechazo frente al método y al momento de escoger sus carreras profesionales ya se sentían en los espacios acordes a sus intereses, por lo tanto tenían las mismas oportunidades de los “inteligentes” para triunfar.
Teniendo en cuenta uno de los pilares de la inteligencia emocional el cual nos recuerda que cada momento es una oportunidad para aprender, deberíamos entender que nuestras casas, la ciudad, las personas, el lugar de trabajo, etc., son aulas de aprendizaje y que respondemos a ellas de acuerdo a nuestra experiencia.
Quizás entonces podamos comprender las razones por las cuales algunos empleados rinden más o menos, se esfuerzan o dejan de hacerlo, proponen, crean, promueven, etc.
Un gran porcentaje de los inconvenientes de clima laboral, baja productividad y falta de identidad corporativa responde a las necesidades insatisfechas de nuestro cliente interno, que por lo general se solucionan con acciones tan sencillas como prestarle un poco de atención a la “persona” y no al “operario”. Hacer del lugar de trabajo y del día a día laboral una experiencia positiva en la vida de cada miembro del equipo puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso institucional.
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